Esta magnífica compilación de
dieciséis relatos cortos (una media aproximada de seis páginas cada uno) rezuma
amargura por todos sus poros, si bien destilada por la humanidad e impacto del
tratamiento. Entre las páginas del
volumen nos vamos a encontrar con un mundo de seres egoístas, de intereses
ocultos, como abuelos que se aprovechan de un individuo capaz de fingir por
cobrar una herencia (Los huéspedes del
Hotel Áldor) o niños cuya inocencia puede ponerse en entredicho (Bruno entre vampiros). La influencia
social y familiar también sale mal parada, bien por lo que supone de presión y
castigo sobre el individuo (El preludio
de Las sílfides, Miniaturas, Laura, zapatos de rana, Un cuento de patos, Póquer),
bien por lo endeble de las relaciones creadas (Cactus, Un gorrilla en el centro comercial, Últimas voluntades).
Tampoco faltan la crítica a la intolerancia sexual (Miniaturas), la pederastia (Aviones),
el machismo (Pulverízate) o el afán
de lucro (Máxima audiencia). Salpicando
tanto sufrimiento, se encuentran un par de cuentos intimistas, que no obstante
comparten con los anteriores el tono desencantado: El canto del hurón y Fun
colour for men (este último divertidísimo, será por acabar con una nota de
humor).
La mitad de los relatos son
realistas y la otra mitad, no. Entre estos, se cuenta uno filofantástico donde
la bien usada técnica de mirar a través de los ojos de un niño impide saber a
qué carta agarrarse (Bruno entre vampiros);
otro de ciencia-ficción en que la cuota de pantalla y la popularidad determinan
el grado de barbarie de los concursantes de un programa de telerrealidad (Máxima audiencia); uno surrealista,
probablemente el más kafkiano, en que un individuo se transforma en un vegetal ante
la indiferencia de sus seres ¿queridos? (Cactus);
y dos abiertamente fantásticos, de fantasmas, que aprovechan para mezclar humor
y horror (Un gorrilla en el centro
comercial, Póquer). Aunque estas premisas sean más golosas de contar, y
admitiendo que la mezcla de realismo y fantasía aligera inteligentemente el
compendio, la autora se crece en los relatos en que configura universos
malsanos de presión social (El preludio
de Las sílfides, Miniaturas, Laura, zapatos de rana, Un cuento de patos).
Estos están dotados de un toque nostálgico, que provoca la sensación de por qué
poco el pasado pudo ser bello, pero siempre hubo algo ahí que lo impidió. Esta
visión es lo más singular de la obra.
Supone una curiosidad Días con erre, el relato que da título
al libro, estratégicamente situado en medio del volumen, por tratarse de una
especie de thriller que recuerda a American
Psycho, dada la narración en primera persona de las andanzas desquiciadas
del protagonista. Rareza difícil de encajar entre los demás relatos, a menos
que se interprete como una crítica velada a un sistema capaz de generar
individuos así.
A pesar de toda esta
heterogeneidad que surge del análisis, el libro se lee como un continuo fluido,
gracias a que la autora no se posiciona respecto a sus personajes y, en cambio,
combina en ellos flaquezas y virtudes que los humanizan, convirtiéndose sus
historias en retratos de la complejidad del entramado de interacciones en que
intentan sobrevivir.
El libro está escrito en un
estilo fácil, para todas las audiencias, y no entra en juegos formales arriesgados.
Se hace una apuesta por el contenido, con finales cerrados y sorprendentes,
acaso con excepciones como El canto del
hurón, con un final más abierto, que sirve de desahogo para los amantes de
las dobles lecturas. A la autora le queda el reto de escribir relatos largos, esperemos
que manteniendo la tensión igual de eficazmente, pero con un mayor desarrollo
del argumento.
Entre las piezas que componen
el volumen, figura un relato ganador y dos finalistas de certámenes literarios.