sábado, 20 de mayo de 2017

Yo también fui un lector adolescente de Poe



La figura de Edgar Allan Poe debe de ser la que más ha popularizado la técnica del narrador no fiable, debido a que sus relatos de terror se cuentan entre las primeras lecturas de muchos jóvenes. Sus protagonistas emocionalmente inestables no dejan lugar a dudas sobre que lo que están contando, desde su punto de vista, puede estar más que viciado por su lógica insensata, no por ello menos meticulosa. Aunque hayamos visto la técnica aplicada con posterioridad de manera más sofisticada, es fácil volver una y otra vez al uso que Poe tan encantadoramente aplicaba para provocar horror. Es el caso de la compilación de relatos que nos ocupa, que no en balde viene encabezada por una cita a dicho autor y, más concretamente, a El corazón delator y uno de los pasajes en que el narrador cuestiona su locura.
En la antología se aprecia cierta revisión y actualización, desde luego. Las atmósferas lóbregas y sobrenaturales se ven sustituidas por otras más realistas y mundanas, y los personajes trágicos por otros más cómicos. Especialmente acertado resulta la forma de casar el aire de la narrativa gótica con temas sociales, como la violencia infantil (Solaz) y, destacando por su brillantez, la violencia sobre la mujer –en forma de maltrato conyugal (Ventanas, probablemente mi relato favorito), acoso (Ámbar) o presión por cuidar la imagen femenina (La báscula)–. También se habla sobre crímenes acuciantes, como el asalto de casas (El intruso), y sobre las diferentes neurosis de la vida moderna, por ejemplo el miedo a los vecinos (Un vecino abnegado) o a los compañeros de trabajo (El juego). De interés más minoritario que el resto, pero alto para cómplices de la escritura, resulta divertida la crítica al mundillo literario de Avatares del azar.
Al autor le pierde un poco el uso de cultismos y el exceso de adjetivos, ambos supongo empleados para provocar distanciamiento irónico, pero a costa de restarle fluidez a la prosa. Lo compensa con finales ingeniosos en los que la sorpresa no cae en la gratuidad sino que obliga a replantearse lo leído, le da sentido y añade una capa de profundidad.
Esta se trata de la obra más antigua que he reseñado en el blog (edición de 2008). Con posterioridad, parece que su autor solo ha publicado por su cuenta plaquettes electrónicas de relatos sueltos. Y eso que todos los cuentos de Relatos turbios han ganado premios o resultado finalistas de certámenes literarios. Una muestra más de que, si nos dejamos guiar por el mercado editorial, nos perderemos autores importantes.


viernes, 28 de abril de 2017

El horror de cómo escapar al horror


Estamos ante una compilación de dieciocho relatos cortos (7-8 páginas cada uno) sobre la Primera Guerra Mundial. Alterna narraciones de soldados en el frente con otras sobre ciudadanos de los países en conflicto. Verdadero canto al monólogo interno de personajes al borde del abismo, su lectura seguida conduce al lector hacia un estado de obsesión. Algunos de los cuentos forman parte de las obras más importantes que he tenido ocasión de reseñar para este blog.
Tienen truco: narran anécdotas terribles sobre la guerra y eso siempre es potente. Pero hay algo más. Por un lado, el tratamiento tan personal de la guerra, centrado en cómo los combatientes en primera línea se aíslan de la muerte que los rodea. Por otro lado, una prosa llena de tensión e imágenes singulares.
Ahondemos un poco en el tratamiento. Los protagonistas (narradores en primera persona) escapan de su realidad inmediata fijando su atención en objetos o circunstancias aparentemente triviales: alimentos que dan título a algunos relatos (Naranjas, El queso), una lata de conservas (Después del ataque), la rememoración de un viaje en tren (Una ciudad en la India), los cuerpos caídos de los compañeros objetualizados como cartas (Cuerpos de cristal), el sueño (Compasión), subir y bajar escalones (La escalera), una mochila tirada en el suelo (El farmacéutico), etc. Los personajes vuelven una y otra vez sobre esos elementos que les ofuscan, lo único que les importa, y cuentan de pasada, como algo secundario, las atrocidades que ocurren a su alrededor. Queda bastante claro que se engañan, que utilizan la nimiedad para huir de lo que les va a matar o marcar de por vida. Pero, al hacerlo, el lector no puede dejar de preguntarse: ¿no es eso lo que se hace habitualmente? La guerra es una metáfora de la violencia que vivimos a diario, y de los trucos que empleamos para escudarnos. Muy hábil, el escritor.
Estoy poniendo especial hincapié en los relatos del frente de batalla. Los que tratan sobre la vida cotidiana en ciudades concretas de los países en conflicto mantienen una coherencia digna de elogio, al emplear una misma técnica: el narrador-protagonista enumera eventos referidos a él o a otras personas, con un nexo común, en general distintas manifestaciones del horror, vinculadas a la guerra. Incluso se puede decir que ofrecen un contrapunto acertado a los relatos del frente, puesto que la escasa empatía de los personajes en situaciones poco conflictivas explica que los que están en el frente podrían ser los mismos, con su deshumanización exacerbada ante situaciones extremas. Sin embargo, esa suerte de enumeraciones de base lastran la tensión narrativa y se constituyen en un experimento más intelectual, sin tanta potencia como los relatos del frente, menos encorsetados.
Excepción hecha, eso sí, de Camisa blanca, porque el retratado es un delincuente y la filosofía abyecta en la que enmarca la narración de sus crímenes, tan crueles como la guerra, corta el aliento.
Profundicemos ahora un poco en el estilo, en esa prosa tan destacable que he mencionado. Por supuesto, cabe destacar las comparaciones:
Al primero lo mato en un ejemplo de geometría perfecta, la bala traza una línea recta hasta su pecho, algo parecido al plomo que se deja caer al extremo de un hilo y señala el centro de la tierra.
O las metáforas:
Tengo hambre, aprieto fuerte el puño sobre esta lata pero no cede. Somos dos mundos irreconciliables (p. 57).
Los muertos son botellas de cristal. Sus cadáveres nos permiten mandar mensajes (p. 73).
También resulta memorable la cadencia de las frases:
No admito excepciones a los agravios, el que me insulta debe morir, pero a ella la resucito, es la forma que adapta el perdón, no cabe otro razonamiento (p. 67).
En el fragmento anterior, el autor escribe comas donde debería haber otros signos, porque el contenido pide pausas más largas (punto y coma, punto, dos puntos) u oraciones subordinadas, para aclarar las relaciones lógicas entre las frases. Sin embargo, esta desviación de la norma dota de un ritmo más rápido a la lectura, que combina bien con el monólogo interno, tan atropellado. Como esta es una constante a lo largo del texto, el ritmo adquiere tintes hipnóticos.
Por último, me gustaría remarcar el mimo con que se cuida los principios. Veamos el ejemplo de Después del ataque:
Aparto con el pie la cabeza de Claude y sigo pensando en cómo abrir esta lata de conserva. No tengo abrelatas (p.57).
La primera frase es una oración coordinada, relativamente larga, mientras que la segunda es una oración simple, corta. Con este efecto se refuerza el impacto del contenido de lo que se cuenta.
Volviendo, ya para terminar, sobre los argumentos, sí: he empezado diciendo que las historias tienen truco, que es contar las anécdotas fuertes de una guerra. Pero aun sabiéndolo, es imposible no dejarse atrapar por relatos como Compasión, en el que un soldado custodia cinco prisioneros indefensos y, en su lógica malsana, encuentra justificado irlos eliminando uno a uno, e incluso sentir que los supervivientes (hasta que les llegue el turno) le están agradecidos; El queso, en el que otro soldado se obsesiona hasta tal punto con comerse el queso que le ha enviado su hermana que se olvida hasta de las balas que silban a su alrededor; o La escalera, en el que aún un soldado más decide pasar su día de permiso en las ruinas de un edificio, subiendo y bajando escalones, porque ese acto mecánico adquiere tintes místicos para su alma resquebrajada.
Un hurra, pues, por esta singular aproximación a la guerra, cuando ya lo creíamos todo visto sobre el tema.


domingo, 26 de marzo de 2017

Cuando los reyes de las barreras comenzaron su éxodo



Esta innovadora mezcla de relato y novela vence en muchos de los frentes que abre, por lo que nos descubrimos el sombrero. A lo largo de dieciséis relatos con un argumento principal independiente, avanza un argumento secundario común que sirve de contexto a todos ellos: los animales emprenden una marcha al norte de la Tierra, hacia un lugar misterioso e inexpugnable, y desde el que, al mismo tiempo, avanza una ola de frío que obliga a los humanos a emigrar al sur. Además, entre cada relato hay interludios de prosa breve (1-2 páginas) que narran la ruta del barco Esperanza hacia la causa de estos cambios en el norte. Los relatos llevan por título el nombre de una ciudad o sitio físico; los interludios el nombre del barco (Esperanza), más un número correlativo. La primera nota destacable sobre la obra procede de las relaciones entre estos niveles de estructura externa.

Seis niveles de lectura

Las interacciones entre los relatos y el contexto son continuas. Por un lado, cada relato avanza datos sobre la amenaza: Los animales se van al norte (Valencia), hay dueños que acompañan a sus mascotas (Valencia), los animales que no pueden irse se vuelven violentos (Atenas); algo en el norte ha derribado a los aviones que se le aproximaban (Tren Shinkansen, Santiago de Chile); un cinturón de niebla se levanta en Islandia y varias naciones crean la World United Army para luchar contra la amenaza (Nairobi, Vancouver), etc. Por otro lado, el frío avanza desde el norte. Este cambio climático inverso obliga a desplazarse a los humanos hacia zonas más cálidas (Vancouver, En algún lugar de Sicilia).
Aunque tales interacciones marcan el tono de la “novela”, el grueso de la narración corresponde a la lectura de cada relato de forma independiente: una serie de historias autoconclusivas excelentemente escritas, con lenguaje preciso y concisión. Destacan por la profusión de técnicas y hondura de los temas. Volveremos sobre ello en las siguientes secciones.
Otro nivel de lectura ofrece el de cada interludio de forma independiente. Estos no son relatos en sentido estricto, porque no cuentan historias, ni tienen continuidad entre sí. Son prosas que encierran reflexiones de los personajes. Su valor es más formal que de contenido.
Existen, además, interacciones entre estos interludios y el contexto, por ejemplo cuando se menciona que el océano se encuentra plagado de animales de cadáveres (Esperanza#6).
Asimismo, se dan interacciones entre los relatos y los interludios, aunque en este caso son más de índole temática, por ejemplo tanto en unos como en otros se repite la mención explícita a temas como la repetición cíclica de los argumentos de ficción o de los ciclos de auge y caída de los imperios (Esperanza#4, Estambul); no obstante, existe alguna interacción a nivel de argumento, como el relato en que se da información sobre la botadura del Esperanza (Nairobi).
Por último, se puede hablar de una triple interacción entre relatos, interludios y contexto, cuando en Esperanza#16 aparece un personaje de los relatos en el bote.
Estos seis niveles de juego de la estructura formal dan dinamismo a lo que, de otra forma, sería una simple compilación de relatos. El lector más aguerrido puede estar ahora preguntándose: ¿Nos encontramos ante un vacuo ejercicio formal? La respuesta, en general, es que el libro da más de sí.

Multiplicidad de temas

La variedad de temas de la obra es apabullante, dentro de una palpable preocupación por cuestiones sociales: tolerancia a la diversidad sexual (Valencia, Lhasa), desnaturalización de los sentimientos provocada por la miseria (y por ende por el mundo capitalista que la causa) (Atenas), fanatismo religioso (Estambul), tolerancia a la inmigración (Vancouver, En algún lugar de Sicilia), crítica al totalitarismo (Lhasa) y al esclavismo (Bamato), maltrato a la mujer (Potosí), etc. Una de las ideas más brillantes del autor podría ser imaginar a los alemanes huyendo del frío, a cualquier precio, incluso dejándose violar por los italianos con tal de llegar al sur (En algún lugar de Sicilia). Abundando en la crítica a los nacionalismos, otra buena idea es, en los últimos relatos, ponerle títulos de ciudades que crean la expectativa de que el protagonista sea de allí, pronto truncada para sorpresa del lector: así, veremos a japoneses en Emiratos Árabes (Dubai), un occidental de nacionalidad imprecisa en Laos (Luang Prabang), y una feroesa en Marruecos (Asilah).
Sin embargo, encontramos temas de corte individual en algunos relatos, si bien homogeneizados con los anteriores por la perspectiva amarga con que el autor los aborda, como si no quisiera dejar títere con cabeza: la incomunicación (Tren Shinkansen), la descomposición de la pareja (Estambul, Nairobi, Bamato) y de la familia (Dubai, Tanami Road), y la traición de la amistad (Nueva York). En esta escala individual se da el tema que (probablemente) el autor toca de manera más personal: el de la identidad, en historias a cuyos personajes les guían las motivaciones más rocambolescas y/o necesitan “perderse para encontrarse” (Santiago de Chile, Estambul, Vancouver). La finura del desarrollo psicológico de los protagonistas correspondiente es digna de aplauso.
El contrapunto amable en el tratamiento de los temas lo encontramos en el Luang Prabang, sobre el poder de la contemplación como salida vital.
A esta heterogeneidad temática se opone, en cambio, la cohesión que proporciona un rasgo característico de la obra en conjunto.

Explicitud del subtexto

No creo muy arriesgado afirmar que estamos ante una muestra de ficción postmoderna. No es de extrañar, pues, que a menudo los personajes discutan sobre los temas de los relatos, de forma global, haciendo referencia a la repetición cíclica y la sinrazón de violencia y la intolerancia. Sin ir más lejos, el barco de los interludios se llama Esperanza y en Esperanza#1 o Esperanza#8 se reflexiona sobre su significado. De forma parecida, los personajes hablan sobre el auge y caída de los imperios (Esperanza#4), relatan el mito de Sísifo (Estambul), o se hace afirmaciones como que “las Cruzadas nunca acabaron en Israel” (Vancouver), “las Revoluciones nunca existieron, solo hombres matando hombres” (En algún lugar de Sicilia) o “La raza, la religión, la política, la frontera” son “inventos para justificar que un hombre tenga derecho a pisotear otro hombre” (En algún lugar de Sicilia).
Asimismo, los personajes también reflexionan sobre cuestiones literarias, que reflejan los planteamientos del libro, constituyéndose como un recurso metaliterario. En ocasiones se discurre sobre la repetición cíclica de los argumentos de ficción (adviértase el paralelismo con la reflexión sobre la repetición cíclica de la violencia), o los personajes establecen paralelismos de lo que les ocurre con mitos clásicos como el de Teseo y el Minotauro (Esperanza#3) o la vuelta de Ulises a Ítaca y el rencuentro con Penélope (Vancouver). ¡Incluso hablan sobre las bondades de los finales abiertos (Esperanza#9)! (Imagine el lector qué tipo de final puede esperar).
El valor de explicitar el subtexto es objeto de polémica, más allá del alcance de esta reseña. Aceptando esta omisión por mi parte, hay que decir que el autor usa este recurso de forma nada farragosa y sí disfrutable. Forma parte de un despliegue de recursos técnicos que harán las delicias de lectores-escritores.

Proliferación de técnicas literarias

Como se ha mencionado, los relatos tienen título de ciudad o espacio geográfico. Esto es más que capricho. Facilita que pierdan autonomía y se fundan en la trama común. Por la misma razón, los personajes tienen inquietudes similares, sean de donde sean. Todos somos parecidos.
Aunque la mayoría de relatos se basen en el uso de un narrador omnisciente o en primera persona, se emplean técnicas que enriquecen esa visión. Por ejemplo la superposición de diálogos o de tiempos presentes y pasados (Valencia, Estambul, Nueva York), con habilidad para hacer fácil lo difícil. También se intercalan versos de una canción en el texto (En algún lugar de Sicilia). A veces el narrador es poco fiable y no se sabe si el habla sobre sí mismo o sobre otra persona (Santiago de Chile, Vancouver). Por otro lado, en una ocasión hay un narrador en segunda persona (Atenas). Y, hacia el final, los formatos cambian: podemos encontrar todo un cuento en forma de diálogo (Bamato), monólogo externo (Tanami Road) e interno (Luang Prabang), collage periodístico (Potosí), relato contado por un muerto (este no voy a revelar cuál es), o un cuento dentro de otro (Asilah).
Por último, el autor opta por estructuras dramáticas en las que prima la presentación sobre el nudo y desenlace. En el relato típico de este volumen, casi todo es presentación. El nudo y el desenlace se precipitan. Este recurso, arriesgado, funciona bien aquí, y contribuye a crear pequeñas sorpresas que hacen que, al final, todo cobre sentido, a menudo rematado con frases finales impactantes.

Otros motivos de disfrute

Puede haber dado la impresión de que nos hallamos ante un libro muy sesudo. Sin embargo, permite una lectura fácil gracias a su atmósfera de misterio basada, a su vez, en la dosificación de la información y a la recién citada estructura que proporciona pequeñas sorpresas. Entronca, en este sentido, con Paul Auster y Haruki Murakami.
Es igualmente envidiable la comodidad con que bascula entre el realismo de la mayoría de relatos y la premisa de ciencia-ficción del contexto: una situación cercana al apocalipsis, que recuerda a clásicos como La tierra permanece o El día de los trífidos. Claro que el tratamiento en conjunto es más parecido al del slipstream, sin que lleguen a aparecer elementos disonantes. Algunos relatos también gozan de este equilibrio, como Lhasa (sobre manipulación psicofarmacéutica) o Nueva York (sobre esa ciudad en ruinas, recorrida por asesinos y supervivientes).

Aspectos mejorables

Como se puede apreciar por la abundancia de temas, el libro se constituye en un fresco de denuncia de diversos problemas sociales. Quizás por ese abordaje tan amplio, se pierda indagación en las causas de la violencia. Después de la lectura, no tengo claro cómo el horror ha llegado a dominar la vida de los protagonistas (salvo, tal vez, en mi relato favorito, el salvaje Tanami Road, sobre el adoctrinamiento fratricida de un padre digno de presidir los Estados Unidos hoy por hoy). De ese modo, tampoco me queda claro por qué la única salida que propone el autor, la práctica colectiva de la contemplación (Luang Prabang), puede ser la solución correcta a nuestros problemas.
Por otro lado, es muy patente que el contexto y los interludios son una alegoría. El problema de las alegorías es que su significado tiende a quedar claro muy pronto y, narrativamente, se estancan. Con el barco Esperanza, en parte me pasó. Tras Esperanza#8, los interludios se me hicieron repetitivos. Supongo que el autor sucumbió al encanto de la simetría e incluyó tantos interludios como relatos, pero no acabo de encontrar una razón de más peso para ello.
Una lectura fascinante, independientemente de esta última coda, que no debes perderte, querido lector.


lunes, 27 de febrero de 2017

Disparando sobre las puertas del Edén




Esta compilación de relatos puede tomarse como una antología del efectismo, por momentos irritante, o bien como una muestra de oficio de un narrador sólido, con suficientes obsesiones en cartera y pulso literario como para merecer nuestra atención. Hago aquí una apuesta por esto último, dejando claro que es un libro recomendable.
Compilación relativamente larga (225 páginas), con muchos relatos (lo cual implica que en general son cortos, entre una y veinte páginas, a excepción del último, que ronda las treinta y cinco), puede aturdir al lector por la abundancia de sexo y violencia en sus historias, la contundencia de sus desarrollos y las tramas simples y, a menudo, planas (por ejemplo: a un boxeador le amañan una pelea para que pierda, él se rebela, gana en el último momento y lo matan como castigo; o un torero se acuesta una noche con una mujer, va menos fresco que de costumbre a la corrida del día siguiente y el toro lo pilla). Es en este sentido que se puede considerar un libro efectista y, si se le suma que en ocasiones hace parodias ideológicas un tanto superficiales (qué malo es el gobierno por reprimir a los fumadores; o: qué malas son las corporaciones por buscar el beneficio a toda costa), a muchos lectores se les puede caer de las manos (a tantos como a otros les pueda atraer por la misma presencia de elementos y planteamientos básicos).
Sin embargo, aquí no acaba todo. Para empezar, el autor escribe bien, muy bien, con un ritmo endiablado. Para continuar, el humor se manifiesta por todos los rincones, lo que obliga al lector a adquirir cierto distanciamiento irónico. Por último, y más importante, una mirada sobre los relatos en su conjunto descubre una serie de rasgos y temas en común que permiten apreciar una cierta visión propia del escritor.
Por rasgos, hay que referirse al toque social o criminal que predomina en muchos de los relatos, y que sirve para exponer un amplio mosaico sobre la naturaleza humana: tráfico de drogas (Marero), estigmatización de los fumadores (Fumadores clandestinos), amaño de combates de boxeo (Cristal en la mandíbula), violencia contra la mujer y/o prostitución (Revoloteos, Oscuro despertar, El caso del violador recalcitrante, La esclava, Robinsón), piromanía (Llamas de pasión), abusos del capitalismo (Sed negra), petulancia del mundo taurino y los clubes futbolísticos (La última corrida, El partido en Haití), timos virtuales (Última cena en Sofía), corrupción policial (Fase terminal), esclavismo (La esclava), etc. Pero también, de forma transversal, hay que destacar como rasgo característico la presencia de la muerte, ya en la modalidad de asesinato (Beso de sangre, Cristal en la mandíbula, Revoloteos, Sed negra, Fase terminal), accidente (La última corrida, Llamas de pasión, Vuelo a Orly) o suicidio (El último inquilino). Y, además, hay que volver a mencionar el humor, no solo como procurador de distanciamiento irónico, sino como rasgo que aúna los relatos, una reducción al absurdo de la violencia de la vida: así se aprecia en toques como el asesino que se jacta de la dignidad de su víctima antes de liquidarla (Marero); en premisas surrealistas y kafkianas como que el inquilino de una finca se vea encerrado eternamente en ella porque haya obras en su calle (Calle cortada); en la de algunos futuros distópicos, por ejemplo: una sociedad donde los fumadores ejercen a escondidas so pena de verse denunciados por su familia, detenidos y condenados (Fumadores clandestinos); otra en que casi todos los hombres son impotentes y las mujeres mueren (literalmente) por un buen follador (El caso del violador recalcitrante); o que el Barcelona se vea perdiendo un partido frente al supuestamente miserable equipo de fútbol de Haití, por casualidad patria del vudú (El partido en Haití).
Toque social o criminal, muerte y humor, por tanto, dan cohesión a los relatos. Pero es que además hay que hablar de sus temas en común, que acaban de rematar que las preocupaciones íntimas del autor elevan el tono general. En concreto, hay tres grandes temas. Por un lado, el abuso de poder, tanto por parte del por parte del sector público, que anula la libertad individual (Calle cortada, Fumadores clandestinos), como del sector privado, que convierte la sociedad capitalista en una continuación poco diferenciada de la feudal, donde el más fuerte impone su voluntad (Marero, Cristal en la mandíbula, Sed negra). Por otro lado, el sometimiento a esos instintos primarios que nos dominan y reducen a puro impulso: el amor (Beso de sangre, La última corrida) o la venganza (Fase terminal, La esclava). Por último, la vanidad, que acaba en decepción, el recibir un tiro por la culata o convertirse en el regador regado (Aromas mortales, El caso del violador recalcitrante, Sed negra, El partido en Haití, Última cena en Sofía). Y aun detrás de estos tres grandes temas se podría advertir el de la inevitabilidad del destino como cola que los aglutina.
Por si el lector no se ha percatado todavía, sepa que va a encontrarse con relatos en su mayoría de género. Muchos realistas, de tipo policiaco o negro (Marero, Cristal en la mandíbula, Oscuro despertar, Última cena en Sofía) que, junto a los de aventuras e históricos (La esclava, Robinsón), suelen ser los más plagados de violencia. Bien cercano al policiaco, está el relato de suspense o detectivesco (Aromas mortales, El caso del violador recalcitrante), pero en este caso predomina el humor. Hay también relato fantástico (Calle cortada, El partido en Haití, La última corrida, Vuelo a Orly, El último inquilino) y de ciencia-ficción (Fumadores clandestinos, Sed negra).
Aunque las tramas tienden a ser lineales, y los puntos de vista narrativos, convencionales, hay excepciones: algunos narradores resultan originales, como la mosca de Revoloteos o la segunda persona de Oscuro despertar; así como los dos planos narrativos de Vuelo a Orly, que interactúan (el narrador de cada plano imagina al del otro, con lo que no sabemos cuál es la fuente).
Mención aparte merece El último inquilino, probablemente mi relato favorito, el más sugerente, de corte fantástico, en el que la neurosis del protagonista se funde hábilmente con el extrañamiento de los elementos que configuran su paisaje. Cuando se encierra de forma progresiva en esa morada que parecía que le iba a dar sustancia, y acaba viviendo más en sueños que en vigilia, el lector no sabe si el protagonista ha llegado al cénit de su poder creativo o destructor.
Lástima que este cuento parezca desentonar un poco del resto. A pesar de que me guste, se podría haber eliminado y el volumen habría ganado en coherencia. De hecho, una compilación tan larga habría dado para dos, quizás mejor trabadas, acotando por rasgos, temas o géneros. Es, quizás, lo más chocante a primera vista, seguido de esas extrañas notas al final de varios relatos en que se dice que fueron publicados antes en antologías colectivas (hasta ahí bien) y se enumera al resto de autores de cada una (¿para qué?). En fin, dos asperezas a perdonar en un libro con tanta fuerza y altamente aconsejable.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Valencian Psycho (o: El discreto encanto del gatopardo)



 



Cuesta entender que un libro tan competitivo como este pase relativamente inadvertido por las librerías: su prosa tiene soltura, su estilo rezuma ironía, aspira declaradamente a ser un retrato generacional y aborda un tema tan de actualidad como la Gran Recesión a raíz de la crisis financiera de 2008 y abunda en toques eróticos. De todas formas, si destaco la obra en este blog es por otros méritos que la convierten en un producto más personal.
Para empezar, la idea central que, de puro simple, es potente, y también cuesta entender que no se le hubiera ocurrido antes a nadie: un emprendedor cuyos negocios se van al traste por la crisis se dedica a asesinar salvajemente a representantes de la clase acomodada que se han salvado de la coyuntura. Bueno, contada así, no parece una idea especialmente profunda. La audacia está en que la descripción de los asesinatos queda inmersa en la mucho más extensa narración del modo de vida del narrador-protagonista previo a la crisis: un modo de vida centrado en el disfrute del dinero, la cultura, la sensualidad y el sexo. Esta alternancia de episodios esporádicos de violencia desatada en medio de un momento y estrato social determinados remite, indefectiblemente, a American Psycho, y aunque Sunday Dandy no comparta la radicalidad formal de aquella novela, tiene la virtud de trasladar el escenario del Wall Street de los ochenta a la Valencia (internacionalizada) actual, y de salir bien librada del empeño.
Así, la novela discurre por su propia vía al describir un mundo decadente, pero satinado por la sensibilidad y nostalgia del narrador, que transforma al lector en cómplice de sus andanzas. Y, entre tantas anécdotas sobre ese mundo laboralmente estresante pero reconfortante económicamente, se alternarán ráfagas de humor desopilante a lo Saki o Wolfe, otras de lubricidad brutal a lo Miller, y aún alguna más de evocación de un brillo que nunca volverá (y que quizás nunca debió ser), propia de Lampedusa (El gatopardo es explícitamente citado en la ficción).
Resulta también interesante la relación del protagonista con sus amantes Christine y (la más o menos muerta) Eva; así como el giro final que, de hecho, otorga un cierto carácter experimental a la narración. Así que: sí, el libro peca de algo largo para lo que quiere contar; y sí, algunas de las anécdotas están resueltas de manera poco original. Pero si a todas las fortalezas reseñadas añadimos la de una prosa torrencial y que, a pesar de lindar al borde del precipicio con el uso de los adjetivos, el autor sale siempre airoso, el balance se salda con una recomendación bastante clara y merecida (y, esperemos, coincidente con una fase alcista del ciclo que favorezca una segunda vida a los protagonistas y el relato de su historia).