Esta compilación de relatos
puede tomarse como una antología del efectismo, por momentos irritante, o bien
como una muestra de oficio de un narrador sólido, con suficientes obsesiones en
cartera y pulso literario como para merecer nuestra atención. Hago aquí una
apuesta por esto último, dejando claro que es un libro recomendable.
Compilación relativamente
larga (225 páginas), con muchos relatos (lo cual implica que en general son
cortos, entre una y veinte páginas, a excepción del último, que ronda las
treinta y cinco), puede aturdir al lector por la abundancia de sexo y violencia
en sus historias, la contundencia de sus desarrollos y las tramas simples y, a
menudo, planas (por ejemplo: a un boxeador le amañan una pelea para que pierda,
él se rebela, gana en el último momento y lo matan como castigo; o un torero se
acuesta una noche con una mujer, va menos fresco que de costumbre a la corrida
del día siguiente y el toro lo pilla). Es en este sentido que se puede
considerar un libro efectista y, si se le suma que en ocasiones hace parodias
ideológicas un tanto superficiales (qué malo es el gobierno por reprimir a los
fumadores; o: qué malas son las corporaciones por buscar el beneficio a toda
costa), a muchos lectores se les puede caer de las manos (a tantos como a otros
les pueda atraer por la misma presencia de elementos y planteamientos básicos).
Sin embargo, aquí no acaba
todo. Para empezar, el autor escribe bien, muy bien, con un ritmo endiablado.
Para continuar, el humor se manifiesta por todos los rincones, lo que obliga al
lector a adquirir cierto distanciamiento irónico. Por último, y más importante,
una mirada sobre los relatos en su conjunto descubre una serie de rasgos y
temas en común que permiten apreciar una cierta visión propia del escritor.
Por rasgos, hay que referirse
al toque social o criminal que predomina en muchos de los relatos, y que sirve
para exponer un amplio mosaico sobre la naturaleza humana: tráfico de drogas (Marero), estigmatización de los
fumadores (Fumadores clandestinos),
amaño de combates de boxeo (Cristal en la
mandíbula), violencia contra la mujer y/o prostitución (Revoloteos, Oscuro despertar, El caso del
violador recalcitrante, La esclava, Robinsón), piromanía (Llamas de pasión), abusos del
capitalismo (Sed negra), petulancia
del mundo taurino y los clubes futbolísticos (La última corrida, El partido en Haití), timos virtuales (Última cena en Sofía), corrupción
policial (Fase terminal), esclavismo
(La esclava), etc. Pero también, de
forma transversal, hay que destacar como rasgo característico la presencia de
la muerte, ya en la modalidad de asesinato (Beso
de sangre, Cristal en la mandíbula, Revoloteos, Sed negra, Fase terminal), accidente
(La última corrida, Llamas de pasión,
Vuelo a Orly) o suicidio (El último
inquilino). Y, además, hay que volver a mencionar el humor, no solo como
procurador de distanciamiento irónico, sino como rasgo que aúna los relatos,
una reducción al absurdo de la violencia de la vida: así se aprecia en toques
como el asesino que se jacta de la dignidad de su víctima antes de liquidarla (Marero); en premisas surrealistas y
kafkianas como que el inquilino de una finca se vea encerrado eternamente en
ella porque haya obras en su calle (Calle
cortada); en la de algunos futuros distópicos, por ejemplo: una sociedad donde
los fumadores ejercen a escondidas so pena de verse denunciados por su familia,
detenidos y condenados (Fumadores
clandestinos); otra en que casi todos los hombres son impotentes y las
mujeres mueren (literalmente) por un buen follador (El caso del violador recalcitrante); o que el Barcelona se vea
perdiendo un partido frente al supuestamente miserable equipo de fútbol de
Haití, por casualidad patria del vudú (El
partido en Haití).
Toque social o criminal,
muerte y humor, por tanto, dan cohesión a los relatos. Pero es que además hay
que hablar de sus temas en común, que acaban de rematar que las preocupaciones
íntimas del autor elevan el tono general. En concreto, hay tres grandes temas.
Por un lado, el abuso de poder, tanto por parte del por parte del sector
público, que anula la libertad individual (Calle
cortada, Fumadores clandestinos), como del sector privado, que convierte la
sociedad capitalista en una continuación poco diferenciada de la feudal, donde
el más fuerte impone su voluntad (Marero,
Cristal en la mandíbula, Sed negra). Por otro lado, el sometimiento a esos instintos
primarios que nos dominan y reducen a puro impulso: el amor (Beso de sangre, La última corrida) o la
venganza (Fase terminal, La esclava).
Por último, la vanidad, que acaba en decepción, el recibir un tiro por la
culata o convertirse en el regador regado (Aromas
mortales, El caso del violador recalcitrante, Sed negra, El partido en Haití,
Última cena en Sofía). Y aun detrás de estos tres grandes temas se podría
advertir el de la inevitabilidad del destino como cola que los aglutina.
Por si el lector no se ha
percatado todavía, sepa que va a encontrarse con relatos en su mayoría de
género. Muchos realistas, de tipo policiaco o negro (Marero, Cristal en la mandíbula, Oscuro despertar, Última cena en Sofía)
que, junto a los de aventuras e históricos (La
esclava, Robinsón), suelen ser los más plagados de violencia. Bien cercano
al policiaco, está el relato de suspense o detectivesco (Aromas mortales, El caso del violador recalcitrante), pero en este
caso predomina el humor. Hay también relato fantástico (Calle cortada, El partido en Haití, La última corrida, Vuelo a Orly, El
último inquilino) y de ciencia-ficción (Fumadores
clandestinos, Sed negra).
Aunque las tramas tienden a
ser lineales, y los puntos de vista narrativos, convencionales, hay excepciones:
algunos narradores resultan originales, como la mosca de Revoloteos o la segunda persona de Oscuro despertar; así como los dos planos narrativos de Vuelo a Orly, que interactúan (el
narrador de cada plano imagina al del otro, con lo que no sabemos cuál es la
fuente).
Mención aparte merece El último inquilino, probablemente mi
relato favorito, el más sugerente, de corte fantástico, en el que la neurosis
del protagonista se funde hábilmente con el extrañamiento de los elementos que configuran
su paisaje. Cuando se encierra de forma progresiva en esa morada que parecía
que le iba a dar sustancia, y acaba viviendo más en sueños que en vigilia, el
lector no sabe si el protagonista ha llegado al cénit de su poder creativo o
destructor.
Lástima que este cuento
parezca desentonar un poco del resto. A pesar de que me guste, se podría haber
eliminado y el volumen habría ganado en coherencia. De hecho, una compilación
tan larga habría dado para dos, quizás mejor trabadas, acotando por rasgos,
temas o géneros. Es, quizás, lo más chocante a primera vista, seguido de esas
extrañas notas al final de varios relatos en que se dice que fueron publicados
antes en antologías colectivas (hasta ahí bien) y se enumera al resto de
autores de cada una (¿para qué?). En fin, dos asperezas a perdonar en un libro con
tanta fuerza y altamente aconsejable.