La figura de Edgar Allan Poe
debe de ser la que más ha popularizado la técnica del narrador no fiable,
debido a que sus relatos de terror se cuentan entre las primeras lecturas de
muchos jóvenes. Sus protagonistas emocionalmente inestables no dejan lugar a
dudas sobre que lo que están contando, desde su punto de vista, puede estar más
que viciado por su lógica insensata, no por ello menos meticulosa. Aunque
hayamos visto la técnica aplicada con posterioridad de manera más sofisticada,
es fácil volver una y otra vez al uso que Poe tan encantadoramente aplicaba
para provocar horror. Es el caso de la compilación de relatos que nos ocupa,
que no en balde viene encabezada por una cita a dicho autor y, más
concretamente, a El corazón delator y
uno de los pasajes en que el narrador cuestiona su locura.
En la antología se aprecia
cierta revisión y actualización, desde luego. Las atmósferas lóbregas y
sobrenaturales se ven sustituidas por otras más realistas y mundanas, y los
personajes trágicos por otros más cómicos. Especialmente acertado resulta la
forma de casar el aire de la narrativa gótica con temas sociales, como la
violencia infantil (Solaz) y,
destacando por su brillantez, la violencia sobre la mujer –en forma de maltrato
conyugal (Ventanas, probablemente mi
relato favorito), acoso (Ámbar) o
presión por cuidar la imagen femenina (La
báscula)–. También se habla sobre crímenes acuciantes, como el asalto de
casas (El intruso), y sobre las
diferentes neurosis de la vida moderna, por ejemplo el miedo a los vecinos (Un vecino abnegado) o a los compañeros
de trabajo (El juego). De interés más
minoritario que el resto, pero alto para cómplices de la escritura, resulta
divertida la crítica al mundillo literario de Avatares del azar.
Al autor le pierde un poco el
uso de cultismos y el exceso de adjetivos, ambos supongo empleados para
provocar distanciamiento irónico, pero a costa de restarle fluidez a la prosa.
Lo compensa con finales ingeniosos en los que la sorpresa no cae en la
gratuidad sino que obliga a replantearse lo leído, le da sentido y añade una
capa de profundidad.
Esta se trata de la obra más
antigua que he reseñado en el blog (edición de 2008). Con posterioridad, parece
que su autor solo ha publicado por su cuenta plaquettes electrónicas de relatos
sueltos. Y eso que todos los cuentos de Relatos
turbios han ganado premios o resultado finalistas de certámenes literarios.
Una muestra más de que, si nos dejamos guiar por el mercado editorial, nos
perderemos autores importantes.