viernes, 7 de octubre de 2016

Desdichados quienes crucen el umbral a destiempo







Son pocas las oportunidades de los amantes de la literatura de terror para encontrarse con un equilibrio tan logrado entre continuidad y revisionismo como la que nos ofrece la presente compilación. A lo largo de sus diez relatos advertiremos ecos macabros de Villiers de L’Isle Adam, metafísicos de Lovecraft, humorísticos de Bierce o psicológicos de El Horla de Maupassant. La actualización se aprecia en el estilo conciso, el evitar explicaciones de más y la ausencia de perspectiva moral, entre otros rasgos.
Existen dos tipos de cuentos dentro del volumen: los más solemnes y los más anecdóticos. Además de distinguirse por su mayor longitud, los más solemnes (Compañera, La habitación verde, Un lugar adecuado, El mejor despertar, Tableaux vivants) remiten con mayor claridad a sus referencias clásicas, tienen un lenguaje más selecto, una estructura en tres actos más desarrollada, una ambientación más arcaizante o extraña y, sobre todo, el elemento fantástico es más explícito y objetivo. Los más anecdóticos no exceden de las seis páginas y tienden a situarse en el momento coetáneo, partir de situaciones cotidianas y dar el giro hacia lo fantástico dentro de la cabeza de los protagonistas, cuya visión podría ser puesta en duda por otros personajes. En ambos tipos de relato, el autor muestra una soltura considerable, puesto que consiguen transmitir desasosiego y un sentimiento de indefensión de los protagonistas con el que es posible comulgar, por antipáticos que resulten.
El tratamiento del sexo y las diferentes facetas de sus sinsabores es especialmente sutil y personal, pues no suele ser tema principal de los relatos y, sin embargo, tiene una importancia determinante en muchos de ellos. En Intruso, la narradora siente la presencia de un ser vampírico bajo la cama, cama que comparte con el marido, ajeno a lo que está ocurriendo; en Ritual, el protagonista permanece (quizás más de la cuenta) anclado a un vagón de metro con la mirada fija en una mujer cuya edad salta a ojos vista; en Un lugar adecuado, el narrador conduce a su acompañante Laura (que no se sabe de dónde sale) al encuentro de otra Laura, una chica de la que estaba enamorado de niño, y que no parece haber envejecido lo más mínimo. Y una larga serie de etcéteras que sitúan el abordaje de este tema entre lo más destacado del libro.
Para desahogarse de tanta desazón, el humor asoma en dos cuentos centrales, Un lugar adecuado y El mejor despertar. En el primero, el protagonista pulula de un lado a otro por una galería comercial a la que no sabe cómo ha llegado, pero de la que parece difícil salir, enfrentándose a episodios como que las figuritas de un belén cobren vida y se dediquen a destriparse unas a otras. En El mejor despertar, un muerto resucita para salvar a su viuda de que corra el mismo destino que él (o sea, que la liquide su querida familia), solo que el hecho de que el cuerpo putrefacto del cadáver se vaya desprendiendo de camino, no parece que vaya a facilitarle la misión. ‘Humor’, he dicho, sí pero, como se puede apreciar, en los términos un tanto tétricos que marca el autor.
Mención aparte merece La habitación verde, relato en el que una misteriosa habitación se le aparece al narrador en distintos momentos de su vida, llegando a convertirse en una obsesión para él. Los sueños de poder y la actuación por conveniencia se dan cita en esta pieza magistral que desprende nostalgia y crea impotencia en el lector al asistir al flaco intento del protagonista por salir de una mediocridad mal llevada.
En resumen, el texto es una gozada para quienes hemos crecido al albur de selecciones de relatos de uno o varios autores de narrativa gótica, solo que desde una óptica, si bien respetuosa, convenientemente modernizada.

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