viernes, 24 de noviembre de 2017
sábado, 20 de mayo de 2017
Yo también fui un lector adolescente de Poe
La figura de Edgar Allan Poe
debe de ser la que más ha popularizado la técnica del narrador no fiable,
debido a que sus relatos de terror se cuentan entre las primeras lecturas de
muchos jóvenes. Sus protagonistas emocionalmente inestables no dejan lugar a
dudas sobre que lo que están contando, desde su punto de vista, puede estar más
que viciado por su lógica insensata, no por ello menos meticulosa. Aunque
hayamos visto la técnica aplicada con posterioridad de manera más sofisticada,
es fácil volver una y otra vez al uso que Poe tan encantadoramente aplicaba
para provocar horror. Es el caso de la compilación de relatos que nos ocupa,
que no en balde viene encabezada por una cita a dicho autor y, más
concretamente, a El corazón delator y
uno de los pasajes en que el narrador cuestiona su locura.
En la antología se aprecia
cierta revisión y actualización, desde luego. Las atmósferas lóbregas y
sobrenaturales se ven sustituidas por otras más realistas y mundanas, y los
personajes trágicos por otros más cómicos. Especialmente acertado resulta la
forma de casar el aire de la narrativa gótica con temas sociales, como la
violencia infantil (Solaz) y,
destacando por su brillantez, la violencia sobre la mujer –en forma de maltrato
conyugal (Ventanas, probablemente mi
relato favorito), acoso (Ámbar) o
presión por cuidar la imagen femenina (La
báscula)–. También se habla sobre crímenes acuciantes, como el asalto de
casas (El intruso), y sobre las
diferentes neurosis de la vida moderna, por ejemplo el miedo a los vecinos (Un vecino abnegado) o a los compañeros
de trabajo (El juego). De interés más
minoritario que el resto, pero alto para cómplices de la escritura, resulta
divertida la crítica al mundillo literario de Avatares del azar.
Al autor le pierde un poco el
uso de cultismos y el exceso de adjetivos, ambos supongo empleados para
provocar distanciamiento irónico, pero a costa de restarle fluidez a la prosa.
Lo compensa con finales ingeniosos en los que la sorpresa no cae en la
gratuidad sino que obliga a replantearse lo leído, le da sentido y añade una
capa de profundidad.
Esta se trata de la obra más
antigua que he reseñado en el blog (edición de 2008). Con posterioridad, parece
que su autor solo ha publicado por su cuenta plaquettes electrónicas de relatos
sueltos. Y eso que todos los cuentos de Relatos
turbios han ganado premios o resultado finalistas de certámenes literarios.
Una muestra más de que, si nos dejamos guiar por el mercado editorial, nos
perderemos autores importantes.
viernes, 28 de abril de 2017
El horror de cómo escapar al horror
Estamos ante una compilación
de dieciocho relatos cortos (7-8 páginas cada uno) sobre la Primera Guerra
Mundial. Alterna narraciones de soldados en el frente con otras sobre ciudadanos
de los países en conflicto. Verdadero canto al monólogo interno de personajes
al borde del abismo, su lectura seguida conduce al lector hacia un estado de
obsesión. Algunos de los cuentos forman parte de las obras más importantes que
he tenido ocasión de reseñar para este blog.
Tienen truco: narran
anécdotas terribles sobre la guerra y eso siempre es potente. Pero hay algo
más. Por un lado, el tratamiento tan personal de la guerra, centrado en cómo
los combatientes en primera línea se aíslan de la muerte que los rodea. Por
otro lado, una prosa llena de tensión e imágenes singulares.
Ahondemos un poco en el
tratamiento. Los protagonistas (narradores en primera persona) escapan de su
realidad inmediata fijando su atención en objetos o circunstancias
aparentemente triviales: alimentos que dan título a algunos relatos (Naranjas, El queso), una lata de conservas (Después del ataque), la rememoración de un viaje en tren (Una ciudad en la India), los cuerpos
caídos de los compañeros objetualizados como cartas (Cuerpos de cristal), el sueño (Compasión),
subir y bajar escalones (La escalera),
una mochila tirada en el suelo (El
farmacéutico), etc. Los personajes vuelven una y otra vez sobre esos
elementos que les ofuscan, lo único que les importa, y cuentan de pasada, como
algo secundario, las atrocidades que ocurren a su alrededor. Queda bastante
claro que se engañan, que utilizan la nimiedad para huir de lo que les va a
matar o marcar de por vida. Pero, al hacerlo, el lector no puede dejar de
preguntarse: ¿no es eso lo que se hace habitualmente? La guerra es una metáfora
de la violencia que vivimos a diario, y de los trucos que empleamos para
escudarnos. Muy hábil, el escritor.
Estoy poniendo especial
hincapié en los relatos del frente de batalla. Los que tratan sobre la vida
cotidiana en ciudades concretas de los países en conflicto mantienen una
coherencia digna de elogio, al emplear una misma técnica: el
narrador-protagonista enumera eventos referidos a él o a otras personas, con un
nexo común, en general distintas manifestaciones del horror, vinculadas a la
guerra. Incluso se puede decir que ofrecen un contrapunto acertado a los
relatos del frente, puesto que la escasa empatía de los personajes en
situaciones poco conflictivas explica que los que están en el frente podrían
ser los mismos, con su deshumanización exacerbada ante situaciones extremas. Sin
embargo, esa suerte de enumeraciones de base lastran la tensión narrativa y se constituyen
en un experimento más intelectual, sin tanta potencia como los relatos del
frente, menos encorsetados.
Excepción hecha, eso sí, de Camisa blanca, porque el retratado es un
delincuente y la filosofía abyecta en la que enmarca la narración de sus crímenes,
tan crueles como la guerra, corta el aliento.
Profundicemos ahora un poco
en el estilo, en esa prosa tan destacable que he mencionado. Por supuesto, cabe
destacar las comparaciones:
Al primero lo mato en un
ejemplo de geometría perfecta, la bala traza una línea recta hasta su pecho, algo
parecido al plomo que se deja caer al extremo de un hilo y señala el centro de
la tierra.
O las metáforas:
Tengo hambre, aprieto fuerte
el puño sobre esta lata pero no cede. Somos dos mundos irreconciliables (p. 57).
Los muertos son botellas de
cristal. Sus cadáveres nos permiten mandar mensajes (p. 73).
También resulta memorable la
cadencia de las frases:
No admito excepciones a los
agravios, el que me insulta debe morir, pero a ella la resucito, es la forma
que adapta el perdón, no cabe otro razonamiento (p. 67).
En el fragmento anterior, el
autor escribe comas donde debería haber otros signos, porque el contenido pide
pausas más largas (punto y coma, punto, dos puntos) u oraciones subordinadas,
para aclarar las relaciones lógicas entre las frases. Sin embargo, esta
desviación de la norma dota de un ritmo más rápido a la lectura, que combina
bien con el monólogo interno, tan atropellado. Como esta es una constante a lo
largo del texto, el ritmo adquiere tintes hipnóticos.
Por último, me gustaría remarcar
el mimo con que se cuida los principios. Veamos el ejemplo de Después del ataque:
Aparto con el pie la cabeza
de Claude y sigo pensando en cómo abrir esta lata de conserva. No tengo
abrelatas (p.57).
La primera frase es una oración
coordinada, relativamente larga, mientras que la segunda es una oración simple,
corta. Con este efecto se refuerza el impacto del contenido de lo que se
cuenta.
Volviendo, ya para terminar, sobre
los argumentos, sí: he empezado diciendo que las historias tienen truco, que es
contar las anécdotas fuertes de una guerra. Pero aun sabiéndolo, es imposible
no dejarse atrapar por relatos como Compasión,
en el que un soldado custodia cinco prisioneros indefensos y, en su lógica
malsana, encuentra justificado irlos eliminando uno a uno, e incluso sentir que
los supervivientes (hasta que les llegue el turno) le están agradecidos; El queso, en el que otro soldado se
obsesiona hasta tal punto con comerse el queso que le ha enviado su hermana que
se olvida hasta de las balas que silban a su alrededor; o La escalera, en el que aún un soldado más decide pasar su día de
permiso en las ruinas de un edificio, subiendo y bajando escalones, porque ese
acto mecánico adquiere tintes místicos para su alma resquebrajada.
Un hurra, pues, por esta
singular aproximación a la guerra, cuando ya lo creíamos todo visto sobre el
tema.
domingo, 26 de marzo de 2017
Cuando los reyes de las barreras comenzaron su éxodo
Esta innovadora mezcla de
relato y novela vence en muchos de los frentes que abre, por lo que nos
descubrimos el sombrero. A lo largo de dieciséis relatos con un argumento
principal independiente, avanza un argumento secundario común que sirve de
contexto a todos ellos: los animales emprenden una marcha al norte de la
Tierra, hacia un lugar misterioso e inexpugnable, y desde el que, al mismo
tiempo, avanza una ola de frío que obliga a los humanos a emigrar al sur.
Además, entre cada relato hay interludios de prosa breve (1-2 páginas) que narran
la ruta del barco Esperanza hacia la causa de estos cambios en el norte. Los
relatos llevan por título el nombre de una ciudad o sitio físico; los
interludios el nombre del barco (Esperanza), más un número correlativo. La
primera nota destacable sobre la obra procede de las relaciones entre estos
niveles de estructura externa.
Seis niveles de lectura
Las interacciones entre los relatos
y el contexto son continuas. Por un lado, cada relato avanza datos sobre la
amenaza: Los animales se van al norte (Valencia),
hay dueños que acompañan a sus mascotas (Valencia),
los animales que no pueden irse se vuelven violentos (Atenas); algo en el norte ha derribado a los aviones que se le aproximaban
(Tren Shinkansen, Santiago de Chile); un cinturón de
niebla se levanta en Islandia y varias naciones crean la World United Army para luchar contra la amenaza (Nairobi, Vancouver), etc. Por otro lado, el frío avanza desde el norte. Este
cambio climático inverso obliga a desplazarse a los humanos hacia zonas más
cálidas (Vancouver, En algún lugar de Sicilia).
Aunque tales interacciones
marcan el tono de la “novela”, el grueso de la narración corresponde a la
lectura de cada relato de forma independiente: una serie de historias
autoconclusivas excelentemente escritas, con lenguaje preciso y concisión.
Destacan por la profusión de técnicas y hondura de los temas. Volveremos sobre
ello en las siguientes secciones.
Otro nivel de lectura ofrece
el de cada interludio de forma independiente. Estos no son relatos en sentido
estricto, porque no cuentan historias, ni tienen continuidad entre sí. Son
prosas que encierran reflexiones de los personajes. Su valor es más formal que
de contenido.
Existen, además, interacciones
entre estos interludios y el contexto, por ejemplo cuando se menciona que el
océano se encuentra plagado de animales de cadáveres (Esperanza#6).
Asimismo, se dan interacciones
entre los relatos y los interludios, aunque en este caso son más de índole
temática, por ejemplo tanto en unos como en otros se repite la mención
explícita a temas como la repetición cíclica de los argumentos de ficción o de
los ciclos de auge y caída de los imperios (Esperanza#4,
Estambul); no obstante, existe alguna
interacción a nivel de argumento, como el relato en que se da información sobre
la botadura del Esperanza (Nairobi).
Por último, se puede hablar
de una triple interacción entre relatos, interludios y contexto, cuando en Esperanza#16 aparece un personaje de los
relatos en el bote.
Estos seis niveles de juego
de la estructura formal dan dinamismo a lo que, de otra forma, sería una simple
compilación de relatos. El lector más aguerrido puede estar ahora
preguntándose: ¿Nos encontramos ante un vacuo ejercicio formal? La respuesta,
en general, es que el libro da más de sí.
Multiplicidad de temas
La variedad de temas de la
obra es apabullante, dentro de una palpable preocupación por cuestiones
sociales: tolerancia a la diversidad sexual (Valencia, Lhasa), desnaturalización
de los sentimientos provocada por la miseria (y por ende por el mundo
capitalista que la causa) (Atenas), fanatismo
religioso (Estambul), tolerancia a la
inmigración (Vancouver, En algún lugar de Sicilia), crítica al
totalitarismo (Lhasa) y al esclavismo
(Bamato), maltrato a la mujer (Potosí), etc. Una de las ideas más
brillantes del autor podría ser imaginar a los alemanes huyendo del frío, a
cualquier precio, incluso dejándose violar por los italianos con tal de llegar
al sur (En algún lugar de Sicilia).
Abundando en la crítica a los nacionalismos, otra buena idea es, en los últimos
relatos, ponerle títulos de ciudades que crean la expectativa de que el
protagonista sea de allí, pronto truncada para sorpresa del lector: así,
veremos a japoneses en Emiratos Árabes (Dubai),
un occidental de nacionalidad imprecisa en Laos (Luang Prabang), y una feroesa en Marruecos (Asilah).
Sin embargo, encontramos
temas de corte individual en algunos relatos, si bien homogeneizados con los
anteriores por la perspectiva amarga con que el autor los aborda, como si no
quisiera dejar títere con cabeza: la incomunicación (Tren Shinkansen), la descomposición de la pareja (Estambul, Nairobi, Bamato) y de la familia
(Dubai, Tanami Road), y la traición de la amistad (Nueva York). En esta escala individual se da el tema que
(probablemente) el autor toca de manera más personal: el de la identidad, en
historias a cuyos personajes les guían las motivaciones más rocambolescas y/o
necesitan “perderse para encontrarse” (Santiago
de Chile, Estambul, Vancouver). La finura del desarrollo
psicológico de los protagonistas correspondiente es digna de aplauso.
El contrapunto amable en el
tratamiento de los temas lo encontramos en el Luang Prabang, sobre el poder de la contemplación como salida
vital.
A esta heterogeneidad
temática se opone, en cambio, la cohesión que proporciona un rasgo
característico de la obra en conjunto.
Explicitud del subtexto
No creo muy arriesgado
afirmar que estamos ante una muestra de ficción postmoderna. No es de extrañar,
pues, que a menudo los personajes discutan sobre los temas de los relatos, de
forma global, haciendo referencia a la repetición cíclica y la sinrazón de
violencia y la intolerancia. Sin ir más lejos, el barco de los interludios se
llama Esperanza y en Esperanza#1 o Esperanza#8 se reflexiona sobre su
significado. De forma parecida, los personajes hablan sobre el auge y caída de
los imperios (Esperanza#4), relatan
el mito de Sísifo (Estambul), o se
hace afirmaciones como que “las Cruzadas nunca acabaron en Israel” (Vancouver), “las Revoluciones nunca
existieron, solo hombres matando hombres” (En
algún lugar de Sicilia) o “La raza, la religión, la política, la frontera”
son “inventos para justificar que un hombre tenga derecho a pisotear otro
hombre” (En algún lugar de Sicilia).
Asimismo, los personajes
también reflexionan sobre cuestiones literarias, que reflejan los
planteamientos del libro, constituyéndose como un recurso metaliterario. En
ocasiones se discurre sobre la repetición cíclica de los argumentos de ficción
(adviértase el paralelismo con la reflexión sobre la repetición cíclica de la
violencia), o los personajes establecen paralelismos de lo que les ocurre con
mitos clásicos como el de Teseo y el Minotauro (Esperanza#3) o la vuelta de Ulises a Ítaca y el rencuentro con
Penélope (Vancouver). ¡Incluso hablan
sobre las bondades de los finales abiertos (Esperanza#9)!
(Imagine el lector qué tipo de final puede esperar).
El valor de explicitar el
subtexto es objeto de polémica, más allá del alcance de esta reseña. Aceptando
esta omisión por mi parte, hay que decir que el autor usa este recurso de forma
nada farragosa y sí disfrutable. Forma parte de un despliegue de recursos
técnicos que harán las delicias de lectores-escritores.
Proliferación de técnicas literarias
Como se ha mencionado, los
relatos tienen título de ciudad o espacio geográfico. Esto es más que capricho.
Facilita que pierdan autonomía y se fundan en la trama común. Por la misma
razón, los personajes tienen inquietudes similares, sean de donde sean. Todos
somos parecidos.
Aunque la mayoría de relatos
se basen en el uso de un narrador omnisciente o en primera persona, se emplean
técnicas que enriquecen esa visión. Por ejemplo la superposición de diálogos o
de tiempos presentes y pasados (Valencia,
Estambul, Nueva York), con habilidad para hacer fácil lo difícil. También se
intercalan versos de una canción en el texto (En algún lugar de Sicilia). A veces el narrador es poco fiable y no
se sabe si el habla sobre sí mismo o sobre otra persona (Santiago de Chile, Vancouver).
Por otro lado, en una ocasión hay un narrador en segunda persona (Atenas). Y, hacia el final, los formatos
cambian: podemos encontrar todo un cuento en forma de diálogo (Bamato), monólogo externo (Tanami Road) e interno (Luang Prabang),
collage periodístico (Potosí), relato
contado por un muerto (este no voy a revelar cuál es), o un cuento dentro de
otro (Asilah).
Por último, el autor opta por
estructuras dramáticas en las que prima la presentación sobre el nudo y
desenlace. En el relato típico de este volumen, casi todo es presentación. El
nudo y el desenlace se precipitan. Este recurso, arriesgado, funciona bien
aquí, y contribuye a crear pequeñas sorpresas que hacen que, al final, todo
cobre sentido, a menudo rematado con frases finales impactantes.
Otros motivos de disfrute
Puede haber dado la impresión
de que nos hallamos ante un libro muy sesudo. Sin embargo, permite una lectura
fácil gracias a su atmósfera de misterio basada, a su vez, en la dosificación
de la información y a la recién citada estructura que proporciona pequeñas
sorpresas. Entronca, en este sentido, con Paul Auster y Haruki Murakami.
Es igualmente envidiable la
comodidad con que bascula entre el realismo de la mayoría de relatos y la
premisa de ciencia-ficción del contexto: una situación cercana al apocalipsis,
que recuerda a clásicos como La tierra
permanece o El día de los trífidos.
Claro que el tratamiento en conjunto es más parecido al del slipstream, sin que lleguen a aparecer
elementos disonantes. Algunos relatos también gozan de este equilibrio, como Lhasa (sobre manipulación
psicofarmacéutica) o Nueva York (sobre
esa ciudad en ruinas, recorrida por asesinos y supervivientes).
Aspectos mejorables
Como se puede apreciar por la
abundancia de temas, el libro se constituye en un fresco de denuncia de
diversos problemas sociales. Quizás por ese abordaje tan amplio, se pierda indagación
en las causas de la violencia. Después de la lectura, no tengo claro cómo el
horror ha llegado a dominar la vida de los protagonistas (salvo, tal vez, en mi
relato favorito, el salvaje Tanami Road,
sobre el adoctrinamiento fratricida de un padre digno de presidir los Estados
Unidos hoy por hoy). De ese modo, tampoco me queda claro por qué la única
salida que propone el autor, la práctica colectiva de la contemplación (Luang Prabang), puede ser la solución
correcta a nuestros problemas.
Por otro lado, es muy patente
que el contexto y los interludios son una alegoría. El problema de las
alegorías es que su significado tiende a quedar claro muy pronto y,
narrativamente, se estancan. Con el barco Esperanza, en parte me pasó. Tras Esperanza#8, los interludios se me
hicieron repetitivos. Supongo que el autor sucumbió al encanto de la simetría e
incluyó tantos interludios como relatos, pero no acabo de encontrar una razón
de más peso para ello.
Una lectura fascinante,
independientemente de esta última coda, que no debes perderte, querido lector.
lunes, 27 de febrero de 2017
Disparando sobre las puertas del Edén
Esta compilación de relatos
puede tomarse como una antología del efectismo, por momentos irritante, o bien
como una muestra de oficio de un narrador sólido, con suficientes obsesiones en
cartera y pulso literario como para merecer nuestra atención. Hago aquí una
apuesta por esto último, dejando claro que es un libro recomendable.
Compilación relativamente
larga (225 páginas), con muchos relatos (lo cual implica que en general son
cortos, entre una y veinte páginas, a excepción del último, que ronda las
treinta y cinco), puede aturdir al lector por la abundancia de sexo y violencia
en sus historias, la contundencia de sus desarrollos y las tramas simples y, a
menudo, planas (por ejemplo: a un boxeador le amañan una pelea para que pierda,
él se rebela, gana en el último momento y lo matan como castigo; o un torero se
acuesta una noche con una mujer, va menos fresco que de costumbre a la corrida
del día siguiente y el toro lo pilla). Es en este sentido que se puede
considerar un libro efectista y, si se le suma que en ocasiones hace parodias
ideológicas un tanto superficiales (qué malo es el gobierno por reprimir a los
fumadores; o: qué malas son las corporaciones por buscar el beneficio a toda
costa), a muchos lectores se les puede caer de las manos (a tantos como a otros
les pueda atraer por la misma presencia de elementos y planteamientos básicos).
Sin embargo, aquí no acaba
todo. Para empezar, el autor escribe bien, muy bien, con un ritmo endiablado.
Para continuar, el humor se manifiesta por todos los rincones, lo que obliga al
lector a adquirir cierto distanciamiento irónico. Por último, y más importante,
una mirada sobre los relatos en su conjunto descubre una serie de rasgos y
temas en común que permiten apreciar una cierta visión propia del escritor.
Por rasgos, hay que referirse
al toque social o criminal que predomina en muchos de los relatos, y que sirve
para exponer un amplio mosaico sobre la naturaleza humana: tráfico de drogas (Marero), estigmatización de los
fumadores (Fumadores clandestinos),
amaño de combates de boxeo (Cristal en la
mandíbula), violencia contra la mujer y/o prostitución (Revoloteos, Oscuro despertar, El caso del
violador recalcitrante, La esclava, Robinsón), piromanía (Llamas de pasión), abusos del
capitalismo (Sed negra), petulancia
del mundo taurino y los clubes futbolísticos (La última corrida, El partido en Haití), timos virtuales (Última cena en Sofía), corrupción
policial (Fase terminal), esclavismo
(La esclava), etc. Pero también, de
forma transversal, hay que destacar como rasgo característico la presencia de
la muerte, ya en la modalidad de asesinato (Beso
de sangre, Cristal en la mandíbula, Revoloteos, Sed negra, Fase terminal), accidente
(La última corrida, Llamas de pasión,
Vuelo a Orly) o suicidio (El último
inquilino). Y, además, hay que volver a mencionar el humor, no solo como
procurador de distanciamiento irónico, sino como rasgo que aúna los relatos,
una reducción al absurdo de la violencia de la vida: así se aprecia en toques
como el asesino que se jacta de la dignidad de su víctima antes de liquidarla (Marero); en premisas surrealistas y
kafkianas como que el inquilino de una finca se vea encerrado eternamente en
ella porque haya obras en su calle (Calle
cortada); en la de algunos futuros distópicos, por ejemplo: una sociedad donde
los fumadores ejercen a escondidas so pena de verse denunciados por su familia,
detenidos y condenados (Fumadores
clandestinos); otra en que casi todos los hombres son impotentes y las
mujeres mueren (literalmente) por un buen follador (El caso del violador recalcitrante); o que el Barcelona se vea
perdiendo un partido frente al supuestamente miserable equipo de fútbol de
Haití, por casualidad patria del vudú (El
partido en Haití).
Toque social o criminal,
muerte y humor, por tanto, dan cohesión a los relatos. Pero es que además hay
que hablar de sus temas en común, que acaban de rematar que las preocupaciones
íntimas del autor elevan el tono general. En concreto, hay tres grandes temas.
Por un lado, el abuso de poder, tanto por parte del por parte del sector
público, que anula la libertad individual (Calle
cortada, Fumadores clandestinos), como del sector privado, que convierte la
sociedad capitalista en una continuación poco diferenciada de la feudal, donde
el más fuerte impone su voluntad (Marero,
Cristal en la mandíbula, Sed negra). Por otro lado, el sometimiento a esos instintos
primarios que nos dominan y reducen a puro impulso: el amor (Beso de sangre, La última corrida) o la
venganza (Fase terminal, La esclava).
Por último, la vanidad, que acaba en decepción, el recibir un tiro por la
culata o convertirse en el regador regado (Aromas
mortales, El caso del violador recalcitrante, Sed negra, El partido en Haití,
Última cena en Sofía). Y aun detrás de estos tres grandes temas se podría
advertir el de la inevitabilidad del destino como cola que los aglutina.
Por si el lector no se ha
percatado todavía, sepa que va a encontrarse con relatos en su mayoría de
género. Muchos realistas, de tipo policiaco o negro (Marero, Cristal en la mandíbula, Oscuro despertar, Última cena en Sofía)
que, junto a los de aventuras e históricos (La
esclava, Robinsón), suelen ser los más plagados de violencia. Bien cercano
al policiaco, está el relato de suspense o detectivesco (Aromas mortales, El caso del violador recalcitrante), pero en este
caso predomina el humor. Hay también relato fantástico (Calle cortada, El partido en Haití, La última corrida, Vuelo a Orly, El
último inquilino) y de ciencia-ficción (Fumadores
clandestinos, Sed negra).
Aunque las tramas tienden a
ser lineales, y los puntos de vista narrativos, convencionales, hay excepciones:
algunos narradores resultan originales, como la mosca de Revoloteos o la segunda persona de Oscuro despertar; así como los dos planos narrativos de Vuelo a Orly, que interactúan (el
narrador de cada plano imagina al del otro, con lo que no sabemos cuál es la
fuente).
Mención aparte merece El último inquilino, probablemente mi
relato favorito, el más sugerente, de corte fantástico, en el que la neurosis
del protagonista se funde hábilmente con el extrañamiento de los elementos que configuran
su paisaje. Cuando se encierra de forma progresiva en esa morada que parecía
que le iba a dar sustancia, y acaba viviendo más en sueños que en vigilia, el
lector no sabe si el protagonista ha llegado al cénit de su poder creativo o
destructor.
Lástima que este cuento
parezca desentonar un poco del resto. A pesar de que me guste, se podría haber
eliminado y el volumen habría ganado en coherencia. De hecho, una compilación
tan larga habría dado para dos, quizás mejor trabadas, acotando por rasgos,
temas o géneros. Es, quizás, lo más chocante a primera vista, seguido de esas
extrañas notas al final de varios relatos en que se dice que fueron publicados
antes en antologías colectivas (hasta ahí bien) y se enumera al resto de
autores de cada una (¿para qué?). En fin, dos asperezas a perdonar en un libro con
tanta fuerza y altamente aconsejable.
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