domingo, 26 de marzo de 2017

Cuando los reyes de las barreras comenzaron su éxodo



Esta innovadora mezcla de relato y novela vence en muchos de los frentes que abre, por lo que nos descubrimos el sombrero. A lo largo de dieciséis relatos con un argumento principal independiente, avanza un argumento secundario común que sirve de contexto a todos ellos: los animales emprenden una marcha al norte de la Tierra, hacia un lugar misterioso e inexpugnable, y desde el que, al mismo tiempo, avanza una ola de frío que obliga a los humanos a emigrar al sur. Además, entre cada relato hay interludios de prosa breve (1-2 páginas) que narran la ruta del barco Esperanza hacia la causa de estos cambios en el norte. Los relatos llevan por título el nombre de una ciudad o sitio físico; los interludios el nombre del barco (Esperanza), más un número correlativo. La primera nota destacable sobre la obra procede de las relaciones entre estos niveles de estructura externa.

Seis niveles de lectura

Las interacciones entre los relatos y el contexto son continuas. Por un lado, cada relato avanza datos sobre la amenaza: Los animales se van al norte (Valencia), hay dueños que acompañan a sus mascotas (Valencia), los animales que no pueden irse se vuelven violentos (Atenas); algo en el norte ha derribado a los aviones que se le aproximaban (Tren Shinkansen, Santiago de Chile); un cinturón de niebla se levanta en Islandia y varias naciones crean la World United Army para luchar contra la amenaza (Nairobi, Vancouver), etc. Por otro lado, el frío avanza desde el norte. Este cambio climático inverso obliga a desplazarse a los humanos hacia zonas más cálidas (Vancouver, En algún lugar de Sicilia).
Aunque tales interacciones marcan el tono de la “novela”, el grueso de la narración corresponde a la lectura de cada relato de forma independiente: una serie de historias autoconclusivas excelentemente escritas, con lenguaje preciso y concisión. Destacan por la profusión de técnicas y hondura de los temas. Volveremos sobre ello en las siguientes secciones.
Otro nivel de lectura ofrece el de cada interludio de forma independiente. Estos no son relatos en sentido estricto, porque no cuentan historias, ni tienen continuidad entre sí. Son prosas que encierran reflexiones de los personajes. Su valor es más formal que de contenido.
Existen, además, interacciones entre estos interludios y el contexto, por ejemplo cuando se menciona que el océano se encuentra plagado de animales de cadáveres (Esperanza#6).
Asimismo, se dan interacciones entre los relatos y los interludios, aunque en este caso son más de índole temática, por ejemplo tanto en unos como en otros se repite la mención explícita a temas como la repetición cíclica de los argumentos de ficción o de los ciclos de auge y caída de los imperios (Esperanza#4, Estambul); no obstante, existe alguna interacción a nivel de argumento, como el relato en que se da información sobre la botadura del Esperanza (Nairobi).
Por último, se puede hablar de una triple interacción entre relatos, interludios y contexto, cuando en Esperanza#16 aparece un personaje de los relatos en el bote.
Estos seis niveles de juego de la estructura formal dan dinamismo a lo que, de otra forma, sería una simple compilación de relatos. El lector más aguerrido puede estar ahora preguntándose: ¿Nos encontramos ante un vacuo ejercicio formal? La respuesta, en general, es que el libro da más de sí.

Multiplicidad de temas

La variedad de temas de la obra es apabullante, dentro de una palpable preocupación por cuestiones sociales: tolerancia a la diversidad sexual (Valencia, Lhasa), desnaturalización de los sentimientos provocada por la miseria (y por ende por el mundo capitalista que la causa) (Atenas), fanatismo religioso (Estambul), tolerancia a la inmigración (Vancouver, En algún lugar de Sicilia), crítica al totalitarismo (Lhasa) y al esclavismo (Bamato), maltrato a la mujer (Potosí), etc. Una de las ideas más brillantes del autor podría ser imaginar a los alemanes huyendo del frío, a cualquier precio, incluso dejándose violar por los italianos con tal de llegar al sur (En algún lugar de Sicilia). Abundando en la crítica a los nacionalismos, otra buena idea es, en los últimos relatos, ponerle títulos de ciudades que crean la expectativa de que el protagonista sea de allí, pronto truncada para sorpresa del lector: así, veremos a japoneses en Emiratos Árabes (Dubai), un occidental de nacionalidad imprecisa en Laos (Luang Prabang), y una feroesa en Marruecos (Asilah).
Sin embargo, encontramos temas de corte individual en algunos relatos, si bien homogeneizados con los anteriores por la perspectiva amarga con que el autor los aborda, como si no quisiera dejar títere con cabeza: la incomunicación (Tren Shinkansen), la descomposición de la pareja (Estambul, Nairobi, Bamato) y de la familia (Dubai, Tanami Road), y la traición de la amistad (Nueva York). En esta escala individual se da el tema que (probablemente) el autor toca de manera más personal: el de la identidad, en historias a cuyos personajes les guían las motivaciones más rocambolescas y/o necesitan “perderse para encontrarse” (Santiago de Chile, Estambul, Vancouver). La finura del desarrollo psicológico de los protagonistas correspondiente es digna de aplauso.
El contrapunto amable en el tratamiento de los temas lo encontramos en el Luang Prabang, sobre el poder de la contemplación como salida vital.
A esta heterogeneidad temática se opone, en cambio, la cohesión que proporciona un rasgo característico de la obra en conjunto.

Explicitud del subtexto

No creo muy arriesgado afirmar que estamos ante una muestra de ficción postmoderna. No es de extrañar, pues, que a menudo los personajes discutan sobre los temas de los relatos, de forma global, haciendo referencia a la repetición cíclica y la sinrazón de violencia y la intolerancia. Sin ir más lejos, el barco de los interludios se llama Esperanza y en Esperanza#1 o Esperanza#8 se reflexiona sobre su significado. De forma parecida, los personajes hablan sobre el auge y caída de los imperios (Esperanza#4), relatan el mito de Sísifo (Estambul), o se hace afirmaciones como que “las Cruzadas nunca acabaron en Israel” (Vancouver), “las Revoluciones nunca existieron, solo hombres matando hombres” (En algún lugar de Sicilia) o “La raza, la religión, la política, la frontera” son “inventos para justificar que un hombre tenga derecho a pisotear otro hombre” (En algún lugar de Sicilia).
Asimismo, los personajes también reflexionan sobre cuestiones literarias, que reflejan los planteamientos del libro, constituyéndose como un recurso metaliterario. En ocasiones se discurre sobre la repetición cíclica de los argumentos de ficción (adviértase el paralelismo con la reflexión sobre la repetición cíclica de la violencia), o los personajes establecen paralelismos de lo que les ocurre con mitos clásicos como el de Teseo y el Minotauro (Esperanza#3) o la vuelta de Ulises a Ítaca y el rencuentro con Penélope (Vancouver). ¡Incluso hablan sobre las bondades de los finales abiertos (Esperanza#9)! (Imagine el lector qué tipo de final puede esperar).
El valor de explicitar el subtexto es objeto de polémica, más allá del alcance de esta reseña. Aceptando esta omisión por mi parte, hay que decir que el autor usa este recurso de forma nada farragosa y sí disfrutable. Forma parte de un despliegue de recursos técnicos que harán las delicias de lectores-escritores.

Proliferación de técnicas literarias

Como se ha mencionado, los relatos tienen título de ciudad o espacio geográfico. Esto es más que capricho. Facilita que pierdan autonomía y se fundan en la trama común. Por la misma razón, los personajes tienen inquietudes similares, sean de donde sean. Todos somos parecidos.
Aunque la mayoría de relatos se basen en el uso de un narrador omnisciente o en primera persona, se emplean técnicas que enriquecen esa visión. Por ejemplo la superposición de diálogos o de tiempos presentes y pasados (Valencia, Estambul, Nueva York), con habilidad para hacer fácil lo difícil. También se intercalan versos de una canción en el texto (En algún lugar de Sicilia). A veces el narrador es poco fiable y no se sabe si el habla sobre sí mismo o sobre otra persona (Santiago de Chile, Vancouver). Por otro lado, en una ocasión hay un narrador en segunda persona (Atenas). Y, hacia el final, los formatos cambian: podemos encontrar todo un cuento en forma de diálogo (Bamato), monólogo externo (Tanami Road) e interno (Luang Prabang), collage periodístico (Potosí), relato contado por un muerto (este no voy a revelar cuál es), o un cuento dentro de otro (Asilah).
Por último, el autor opta por estructuras dramáticas en las que prima la presentación sobre el nudo y desenlace. En el relato típico de este volumen, casi todo es presentación. El nudo y el desenlace se precipitan. Este recurso, arriesgado, funciona bien aquí, y contribuye a crear pequeñas sorpresas que hacen que, al final, todo cobre sentido, a menudo rematado con frases finales impactantes.

Otros motivos de disfrute

Puede haber dado la impresión de que nos hallamos ante un libro muy sesudo. Sin embargo, permite una lectura fácil gracias a su atmósfera de misterio basada, a su vez, en la dosificación de la información y a la recién citada estructura que proporciona pequeñas sorpresas. Entronca, en este sentido, con Paul Auster y Haruki Murakami.
Es igualmente envidiable la comodidad con que bascula entre el realismo de la mayoría de relatos y la premisa de ciencia-ficción del contexto: una situación cercana al apocalipsis, que recuerda a clásicos como La tierra permanece o El día de los trífidos. Claro que el tratamiento en conjunto es más parecido al del slipstream, sin que lleguen a aparecer elementos disonantes. Algunos relatos también gozan de este equilibrio, como Lhasa (sobre manipulación psicofarmacéutica) o Nueva York (sobre esa ciudad en ruinas, recorrida por asesinos y supervivientes).

Aspectos mejorables

Como se puede apreciar por la abundancia de temas, el libro se constituye en un fresco de denuncia de diversos problemas sociales. Quizás por ese abordaje tan amplio, se pierda indagación en las causas de la violencia. Después de la lectura, no tengo claro cómo el horror ha llegado a dominar la vida de los protagonistas (salvo, tal vez, en mi relato favorito, el salvaje Tanami Road, sobre el adoctrinamiento fratricida de un padre digno de presidir los Estados Unidos hoy por hoy). De ese modo, tampoco me queda claro por qué la única salida que propone el autor, la práctica colectiva de la contemplación (Luang Prabang), puede ser la solución correcta a nuestros problemas.
Por otro lado, es muy patente que el contexto y los interludios son una alegoría. El problema de las alegorías es que su significado tiende a quedar claro muy pronto y, narrativamente, se estancan. Con el barco Esperanza, en parte me pasó. Tras Esperanza#8, los interludios se me hicieron repetitivos. Supongo que el autor sucumbió al encanto de la simetría e incluyó tantos interludios como relatos, pero no acabo de encontrar una razón de más peso para ello.
Una lectura fascinante, independientemente de esta última coda, que no debes perderte, querido lector.


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